
Diego Rivera bebe una taza de café en su estudio de San Angel Inn. Frida Kahlo, con sus grandes ojos negros, desde el retrato, no le da tregua. Observa los gestos del muralista. Pareciera que hasta adivinara sus pensamientos. Él, que disfruta plenamente esa intensa mirada, sigue el juego para hacerla estallar llena de ira.
DR: Buenas tardes, la esperaba. Adelante, póngase cómoda.
PQ: Buenas tardes, muchas gracias.
Sorbe un trago de café y observa con disimulo a Frida.
PQ: ¿Se considera un hombre con suerte?
DR: Siento que la suerte me acompaña desde los inicios de mi vida. Tuve un hermano gemelo que murió a los dieciocho meses de meningitis y fui el que sobrevivió. Pese a los reveses, creo que poder transitar la vida siempre es un privilegio.
PQ: Se lo critica por sus infidelidades, por su irresponsabilidad hacia la paternidad. ¿Qué puede decir al respecto?
DR: Lo único que me ha preocupado es serle fiel a mi obra. El arte tiene para mí una función orgánica, no sólo útil, sino absolutamente vital, como el pan, el agua y el aire.
PQ: ¿Cómo fue su evolución para definir un estilo propio?
DR: Mi estilo nació como un niño, en un instante; con la diferencia de que a ese nacimiento le habría precedido un atribulado embarazo de 35 años.
PQ: ¿Qué destacaría de estos 35 años?
DR: No puedo dejar de recordar mi estado de éxtasis cuando en Europa pude estar frente a las obras originales de Goya, El Greco, Murillo, Monet, Gauguin. Después adquiriría mi propia personalidad, pero sin negar la influencia de los grandes.
PQ: ¿Por qué decide pasar a una concepción cubista del arte?
DR: Yo ví en el cubismo algo revolucionario que sacudía por vez primera todos los moldes anteriores, creaba formas nuevas y rompía todo cuanto hasta entonces se había hecho en el arte. Era algo renovador, distinto, capaz de cambiar el mundo y eso logró fascinarme.
PQ: ¿Por qué se rompe su amistad con Picasso?
DR: Eran evidentes las similitudes de su Hombre sentado con mi Paisaje zapatista y por esto lo acuso públicamente de plagio. Los partidarios de Picasso alegaron que yo lo hacía para adquirir notoriedad, pero a mí lo único que me importaba defender era mi obra por la que doy hasta mi última gota de sangre.
PQ: ¿Cuál fue el motivo de inspiración de su etapa como muralista?
DR: El disparador fue el viaje que realizo a Tehuantepec, en el estado de Oaxaca, una región indígena muy próxima al mar. Allí encuentro el rayo de luz decisivo que tanto había buscado durante años. Hago un estudio de la mujer india, de la realidad racial de todo un pueblo. El colorido y la aureola de misterio de estas tierras me daban una gran lección y me mostraban el camino como inagotable fuente de inspiración. Sentí siempre, muy dentro, la civilización y cultura indígenas y me dolía como algo propio saber de su exterminio, del genocidio de otros tiempos. Tenía la obligación de revivir aquel pueblo a través de mis pinceles. La realidad azteca, relatada por mi nana india Antonia, debía cobrar color, forma y vida.
La mirada de Frida vigila el diálogo.
PQ: ¿Qué sucedió con su controvertido mural que le encargaron para el Rockefeller Center?
DR: Aunque mis compañeros comunistas nunca entendieron mi vinculación con los Rockefeller y me expulsaron del Partido, yo siempre tuve muy clara mi ideología. En Detroit, intentaron convencerme para que representara a Lincoln, pero es Lenin quien simboliza mi ideal de justicia social. Al no permitirme representarlo, me negué a continuar.
PQ: Tras la cura del cáncer que padeció se cuestionó su ateísmo hasta llegar a borrar de su controversial fresco la frase de “Dios no existe”. ¿Por qué lo hizo?
DR: Fue un momento en el que me reconcilié con la vida. Sentí que era mucha la arrogancia al proclamar la existencia o ausencia de Dios. Ésa es una búsqueda que le corresponde a cada uno.
Diego Rivera se despide con la galantería que lo caracteriza y busca en la cocina un zapote. Desaparece en el patio de la casa, donde las guacamayas de Frida lo esperan y se va con ellas a donde no existe ni el tiempo ni el espacio.
Texto de Patricia Quintero Rodríguez